"La era de los prodigios"

lunes, 3 de febrero de 2014

Una historia en silencio

Está bien eso de que me tiemblen las manos, pero dame tregua porque te recuerdo que aún no te has atrevido a calentármelas en el bolsillo de tu Carhartt.
Está bien eso de que de repente el corazón se me salga del pecho y, sin venir a cuento, lo sienta en el estómago, mareando a esas mariposas aletargadas después de meses de profundo sueño. Le estás volviendo loco, y ya no quiere volver a estar cuerdo, que dice que lo echaba de menos... definitivamente, está loco. De remate. Por ti, o por la sensación de aliento cálido, ese que aún ni siquiera le ha rozado.
Está bien lo de tener que respirar por la boca porque por la nariz no me es suficiente, que mis pulmones se ahogan si los miras a la cara, aunque sea desde una foto. Pero te repito, dame tregua, que aún me estoy acostumbrando a eso de que tú no te acostumbres a que yo me acostumbre a ti. ¿Lioso?
R E L E É M E.

Pero con los labios. *Shhhh cállate maldito corazón. Dedícate a bombear sangre y devuélveme a la Tierra*

Está bien eso de que me crujan de frío las costillas porque quieran ese abrazo que aún tu no les has brindado. Pero está mal que se acostumbren a sentir ese frío, porque estarán a la espera de tu calor, y yo no me atrevo a decirles que a lo mejor, tú no llegas nunca.
Está bien eso de que haya hablado con Morfeo para que vigile tus noches. Si yo ya no quiero soñar por las noches, para eso tengo el día y mi manía de echar de menos eso que no tengo.

Echar de menos lo que no tengo... sí. Eso también me quita el sueño.

Está bien eso de ahogarse en un suspiro. Es como sumergirse. Salvo que ahora no hay olas, sino sensación de vértigo. Pero... ¿y eso está bien?

¡Salta! *¡Te he dicho que te calles!*

Que sí, que vale, que tengo miedo a saltar y caerme, que no sé de cuánto es la caída, que no sé si estarás abajo, que no sé si al verme caer huirás, que no sé si me curarás las heridas o me las abrirás más, que no sé si mi corazón se ha vuelto loco o soy yo la que no sabe estar cuerda, que no sé si brindar por mis errores o por los que cometería contigo, que no sé si con cerrar los ojos y respirar hondo conseguiré aletargar de nuevo a los huracanes de mi pecho, que no sé si de verdad quiero dormirlos o avivarlos, que no sé si te miro viéndote o te miro para vernos a los dos en un mismo iris, que no sé nada y no sé si quiero que me lo enseñes todo.

Como ves estoy perdida, y no se si encontrarte para encontrarme o perderme para encontrarte o si encontrándote nos perderemos los dos. Porque en el fondo me gusta la eterna duda. La eterna pregunta. La sensación de volver a empezar de cero.
Es gratificante. Lo de que me hayas reconstruido sin hacer nada, digo.
Te sales del molde y yo saco un pie del tiesto con sólo pensar en ti y no sé si es bueno o es malo. ¿Ves? No sé absolutamente nada.
Y ¿sabes? Lo mejor es que tú tampoco, pero aún no te has dado cuenta.
Como dice Fito, te doy el oro de mi tiempo para que te hagas un reloj, y cuando lo pongas en hora avísame para ponerme a las 12 en punto frente a tu puerta, para que a las 12.05 después de meditar llame al timbre y a las 12.15 ya hayamos perdido el miedo.

Dame tregua, me has arañado las entrañas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario