"La era de los prodigios"

viernes, 23 de enero de 2015

Alza la vista

No sé muy bien que forma cobrará esto. Ni siquiera sé si las frases tendrán un orden lógico o tiraré sin más los sentimientos sobre las teclas a ver si se reagrupan solas.

Lo único que sé con certeza de todo esto es que te has ido, casi sin hacer ruido, pero ya no estás y tu vacío pesa toneladas, nos oprime el pecho, el estómago, nos paraliza el corazón.
Supongo que es ahora cuando la mente, una vez aceptada la pérdida, empieza a desterrar recuerdos al olvido y hace florecer a los más bonitos, provocando en nosotros una cruel nostalgia y un nudo en la garganta.

Te recuerdo alto y fuerte, sereno y seguro, sonriente y serio a partes iguales. Las llaves tintineaban en tus manos antes de abrir la puerta o antes de ser guardadas en tu bolsillo derecho. Tus gafas siempre estaban limpias. Los crucigramas completos, tu sillón al lado de la ventana, el café siempre caliente.
Recuerdo mi primera viola a tu espalda, a ti de pie esperándome "al lado de la farola, donde siempre". Te recuerdo conduciendo, llevándonos al parque. Recuerdo tu colonia, a pesar del paso del tiempo, a la izquierda del mueble del baño, tu abrigo que era suave al tacto, la forma que tenías de abrir la despensa, a la izquierda de la puerta de casa. Me recuerdo en tus rodillas mientras me matabas a cosquillas, me recuerdo tirada en el suelo jugando contigo. Te recuerdo a ti en la cochera, recuerdo tu risa.

Me parece injusto que no hayamos podido disfrutar de ti lo suficiente y que la vida se haya cebado con quien menos lo merecía. Me da rabia que el más pequeño de todos no haya vivido un verano contigo en el pueblo como los que vivimos los demás, me da rabia que el recuerdo que él tenga de ti no sea el mismo que el que tenemos los demás. Me da rabia que tú te hayas hecho tan pequeño mientras los demás crecíamos, me da rabia que a aquel hombre fuerte le hayamos tenido que sostener los demás, hasta cuando no nos quedaban fuerzas.
Creo que seguramente serás mi mayor ejemplo de fuerza y valentía y ojalá que en algún momento de mi vida pueda llegar a ser lo que has sido tú, en todos los aspectos.
Ojalá que algún día mire a una personita y te vea a ti, ojalá pueda volver a ver ese gris en la pupila de alguien, ojalá que no te olvide nunca.
Nosotros te hemos querido, te queremos y te querremos de la mejor forma posible, pero ellas te querrán como no te ha querido nadie.
Qué duras son las despedidas...
Te envío todo el amor que me cabe dentro. Hasta pronto abuelo


sábado, 3 de enero de 2015

El hombre de barro

Él, antes de ser superfluo, fue pañuelo. Antes de derramarse, la había secado sus lágrimas y había saboreado el mar que hallaba entre sus piernas. 
Buscaba su complicidad, pero hacía tiempo que aquel rostro de porcelana no buscaba su mirada, tampoco sus besos bañados en sal encontraban cobijo en su clavícula.

Con los labios resquebrajados y truenos de fondo, se convirtió en vapor y subió, subió, subió hasta donde parecía que el próximo paso era entablar una conversación cara a cara con el mismísimo Dios. 
Y más tarde se condensó. Y desde arriba observaba su moño despeinado, su flequillo recto, su nariz puntiaguda.
Se prometió a sí mismo derramarse en el momento preciso. Mojar cada partícula de ese cuerpo que hasta hacía poco tiempo era su droga más dura, convertirse en un baño de consuelo, de liberación y entramarse poco a poco en cada uno de sus poros. Ser su agua. Formar parte de ese 70%.
Supo entonces que de no tener puntería, estaría condenado a fluir de manera perpetua, estando sin estar, escapándose, escurriéndose entre sus propios dedos. Tendría que ser sin ser, estamparse sin más contra el duro acero, abrirse la cabeza.

Llegado el día del sprint final, agrupó sus moléculas y decidió saltar pero ya en el aire le entraron dudas, no tenía paracaídas, no había vuelta atrás, era el final.
Deseaba caer sobre su pelo, recorrerlo por completo, llegar hasta las puntas desde las raíces y regarla como a la planta más bonita del jodido Amazonas. Quería hacerla florecer, convertirla en primavera. Adentrarse en ella a través del ombligo y bañarla por dentro.
Quería ser esa lluvia torrencial de película y la calma después del huracán. 
Si no podía estar con ella, sería parte de ella. ¿Qué mejor manera de morir?


Pero cayó sobre la arena. Se convirtió en barro.