"La era de los prodigios"

sábado, 20 de diciembre de 2014

La doble vida de las hadas

"Querida, queridos. Me atrevería a deciros que, a medida que vamos marcando grietas en nuestras caras con el cincel de los desengaños, las preguntas acerca de lo que podríamos haber logrado, o experimentado se acrecientan. Lo que podíamos haber sido es, al menos cuantitativamente, superior a lo que finalmente hemos devenido. No sería de extrañar que algunos de vosotros hayáis empezado a notar lo mucho que pesa el vacío de los sueños no cumplidos, o que sintáis el peso grasiento de vuestros errores pasados mucho más que el pequeño músculo formado a raíz de las pequeñas proezas logradas. En algunos momentos de debilidad, pensáis en lo que podría haber devenido, por ejemplo, si aquel día hubierais tomado un camino de regreso a casa diferente al rutinario, o divagaciones posibilistas por el estilo. <<No sigo más que al humo de mi cigarro>> sería una buena frase para un tipo como Frank Sinatra, alguien condecorado con todas las estrellas posibles en la guerra del amor y tendido al desencanto. No. Casi nunca dejamos que la vida nos sorprenda porque andamos trotando sin poder mirar a los laterales de nuestro camino, como caballos negros que arrastran el pesado carruaje de nuestra aparente personalidad. ¿Quién es el cochero? Esa, y no otra, debería ser la pregunta.
Con la edad acabas pensando que había muchas posibilidades, pero las cosas han pasado de una única manera. Nunca sabrás si hiciste la mejor elección entre todas las posibles. De cualquier modo, aquí está tu pasado, nos decimos, y lo dejamos atrás como quien deja de mirar un estanque de animales de sangre fría. De nuevo alzamos nuestra vista como hacen los grumetes, con la palma de la mano nos protegemos del sol que nos deslumbra y oteamos el horizonte en busca de las costas del futuro, el ansiado porvenir. 
Yo concibo la vida, no como una línea recta, sino como los nervios de una hoja con largas ramificaciones: cada punta iluminándose en un crisol de colores cuando transitamos justo por encima de los conductos del presente. Pero, para nuestro pesar, el resto de las derivaciones nerviosas, aquellas que no hemos elegido para que la energía transitara, la llamada que no hicimos, las palabras no dichas, ese viaje cancelado, son nervios destinados a morir por el desuso. Elegimos un camino, y los otros desaparecen como pompas de jabón. La suerte que es que, al menos hasta el final de nuestros días, las opciones siguen presentándose. Casi siempre hay multitud de bifurcaciones. Sin embargo, el ser humano, al ser educado para transitar en línea recta y al no ser demasiado proclive a ponerse en peligro, la mayoría de las veces elige el camino más confortable, un rumbo sin vaivenes. Como alumnos de primero de geometría en una escuela occidental, consideramos la línea recta como la única calificable de <<evolución>>. Despreciamos a los dispersos. Depositamos todo nuestro odio en aquellos que cambian demasiadas veces de vida, acusándoles de inestables. Poco a poco nos volvemos expertos en buscar el lado más fácil de todo, eso cuando no nos dejamos llevar por la suave corriente de la inercia. Debido a semejante falta de entrenamiento, la retina de nuestra alma va incorporando sobre su superficie un velo opaco hasta sufrir de cataratas existenciales, y la mayoría de nosotros llegamos a la madurez víctimas de ceguera metafísica y autismo emocional. No sabemos ver las opciones, se nos presentan como puertas translúcidas, chillidos mudos. Tan discretas se plantan ante nosotros la oportunidades que las pasamos por alto. Y es que, en el caso de identificarlas, pensamos que es una prueba del destino, una burla de los dioses. En el fondo, consideramos que es demasiado duro elegir por nosotros mismos. Tenemos miedo del <<lo hice y fracasé>>, pero nos aterroriza aún más el <<lo hizo y fracasó>>, o dicho de otro modo, esa inmensa sala de fiestas llamada sociedad, mofándose de ti mientras estás en el servicio. 
En el fondo, nos resulta mucho más cómodo culpar a un ente abstracto y malicioso llamado destino que ejercer de guionistas de nuestra propia vida. Sea como sea, en cada elección muchas cosas mueren, pero también otras muchas nacen. Todo imita esa configuración nerviosa llamada vida, porque es parte de ella. Nuestras generaciones, por poner un único ejemplo: ancestros-raíz, persona-tronco, descendientes-ramas. La ramificación se repite de manera fractal en varios planes existenciales. Creedme Es imposible. No se puede escapar de la ramificación. 
Lamentablemente, la mayoría de las veces tenemos que elegir entre esto y lo otro en décimas de segundo. Una vez decidida la dirección, empezaremos a caminar pensando que nunca sabremos si esa vida, la elegida, era la mejor de todas las posibles. Tener presente la ramificación puede llegar a paralizarte. Pero, al menos por lo que respecta a mí, en cada elección he intentado pasármelo lo mejor posible y eso es lo que recomiendo a todo el mundo. Al final, la conclusión siempre debe ser la misma, actuar en pos del placer, a la manera intuitiva del sabio cateto, y no mediante los sofisticados y reflexionados modos del imbécil intelectual. Huid de los intelectuales como de la peste: convierten lo fácil en difícil con sus palabras. El artista, sin embargo, define lo más complejo en cuatro simples versos. Hay que convertir la vida en una obra de arte."
Santi Balmes

domingo, 14 de diciembre de 2014

Seré concisa


Apareciste.
Contra todo pronóstico.
Y de la misma manera, me quedo.
Contra todo pronóstico.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Vol. 1 "Reflexiones sobre diciembre"

Llega Diciembre y parece que todos nos ponemos ese antifaz que nos hace ver las pequeñas cosas, bueno y las grandes también, con otros ojos.
Creo que siempre he sido muy de fijarme en las pequeñas cosas y de disfrutar al máximo, o al menos intentarlo, de esos pequeños detalles y placeres que puedo tener en un día normal. La verdad creo que es un don que todos deberíamos de explorar y explotar porque hasta el día más torcido, el día más gris puede tener luz, como si cogiéramos una varita y dijéramos "Lumos".
20 años y sigo sin entender por qué me gusta tanto el último sorbo de un café, del de por la mañana, el de después de comer o incluso uno a las 8 de la tarde que no te va a permitir casi ni dormir.
No entiendo por qué me maravillo tanto ante los ojos de la gente, supongo que será porque he aprendido a entrever miradas preciosas en ojos cansados, en ojos tristes y por supuesto, en ojos alegres.
Lo de mi obsesión por el azúcar si lo entiendo, el echar esa cucharada al café o a la leche sola provoca un efecto de en-dul-za-mien-to que hará de mi mañana una mañana redonda, y si tengo suerte, el día entero se convertirá en un círculo perfecto.
Supongo que también me gusta como los dedos se entrelazan con otros cinco dedos distintos a los tuyos y ves que encajan más o menos a la perfección y que ese más o menos es lo que lo hace perfecto.
También me encantan los guiños de ojos y sobre todo los guiños de ojos de esas personas que no saben guiñar el ojo.
Me encantan los lunares, de hecho, adoro el lunar que tengo en la parte alta de mi espalda; es como un ojo que me advierte de todo lo que me pueda venir por detrás, pero aún así sigo dando palos de ciego.
Me encanta el invierno y la relación que establecemos con el sofá, esa relación sofá-manta-persona que nos protege todos y cada uno de nuestros recovecos del frío helado de diciembre... pero por eso diciembre es bonito porque el frío siempre va a tener la compañía de algo, y sobre todo de alguien, y es que el frío compartido es el calor más bonito.
Me gustan los cielos de esta época del año. Esos cielos encapotados, esos cielos azules con un sol que no calienta y esos rayos de luz que, de repente, si lo hacen. Me gustan las sombras y me gusta ir buscando la luz poquito a poco, como los girasoles. Me gustan las hojas que se caen de los árboles sin prisa, enredándose a veces en el pelo, y me gustan los árboles desnudos completamente, que sin vergüenza nos enseñan su esqueleto marrón.
Me gusta Madrid y el vaho que se escapa entre los labios cuando se habla. Me encanta que todos nos convirtamos en fumadores de vaho. Me encanta la gente que absorbe vida a través de sus labios, me encantan las personas que se beben con cautela el alma de los que le rodean, no como algo malo, sino como algo de lo que aprender porque ciertamente en el alma, es donde nos encontramos realmente con lo que es la otra persona, esa esencia que nos distingue de unos y nos acerca irremediablemente a otros.
Me gusta diciembre y me gusta la Navidad, pero no la navidad como festivo ni con lo relacionado con aspectos metafísicos, me gusta la Navidad como mentalidad. Me encanta observar como las personas sonríen de manera especial, con una sonrisa que no han tenido durante el resto del año. Me gusta diciembre porque te empiezas a plantear todo lo que has hecho durante este año y, a pesar de la creencia generalizada de que estas introspecciones sólo van a traer lecturas negativas, la verdad es que si nos esforzamos la balanza se inclinará hacia el lado de las cosas buenas y sacaremos aprendizajes por doquier, leyendas que contar y experiencias que añadir a ese cuaderno de bitácora que se empezó a escribir desde el día 0.
Me gusta diciembre porque creo que nos hace a todos un poquito mejores y lo que más pena me da de diciembre es no ser ese "poquito mejor" durante todo el año.
Me gusta diciembre porque tengo ganas de querer, de querer mucho y de querer bien. Me gusta diciembre porque creo que me acerca a las personas como nunca me he acercado a ellas, a pesar de que durante todo el año lo intente. (y muchas veces lo consiga)
Me gusta diciembre porque son esas vacaciones que te renuevan por dentro, y no es que este infravalorando a las de verano, pero creo que éstas gélidas vacaciones tienen un encanto especial por el simple hecho de que nos pilla a todos en ese momento en el que necesitamos un respiro, una bocanada de aire que nos obligue a continuar y que nos susurre al oído "Tranquilo, el nuevo año está a un paso y sólo tienes que atreverte a darlo y a darlo con fuerza" 
Me encanta esa noche de felicidad absoluta que puedes disfrutar de mil maneras distintas, el 31 de diciembre es la noche más mágica del año, es la noche que nos permite desnudarnos completamente y al 100% por dentro y en ese momento en el que estamos brindando con champán es cuando de verdad nos damos cuenta de qué es lo que queremos, de qué propósitos vamos realmente a cumplir dentro de esa lista de cientos y cientos que ya tenemos realizada. Es en ese momento exacto en el que decidimos el rumbo de nuestros próximos 365 días, que luego por supuesto irá cambiando según vayamos cambiando nosotros, pero siempre llegaremos a fines que nos hagan sentir un poco más vivos.
Me gusta diciembre porque creo que está lleno de ilusión, de ganas, de esfuerzo, de luz. Me gusta porque está lleno de paseos, de rincones, de conciertos, de monólogos, de ballets, de óperas, de guantes, de gorros de lana, de sonrisas y carcajadas, de chocolate caliente, de manos frías, de Plaza España, de Sol, de Callao, del Palacio Real, de familia, de amigos...
Diciembre está lleno de ganas de respirar, creo que de hecho los meses deberían ser: enero, febrero, mazo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y RESPIRAR, porque es ahora cuando los pulmones se llenan de pilas nuevas recién cargadas, de ganas de hacer las cosas de otra manera o por el contrario de no cambiarlas por nada.
Compartirnos en pequeños fascículos para evitar sobredosis y dar siempre lo mejor de nosotros es algo que deberíamos tatuarnos todos por dentro para que al cerrar los ojos, sea lo primero que nos venga a la mente.
En definitiva, pienso que este mes puede estar lleno de cosas buenas si las buscamos bien, que no nos tiene que importar mancharnos las manos con barro si debajo de la tierra se encuentra algo que merezca la pena. Que si tenemos que escalar una montaña la escalemos y si no encontramos a Mahoma le buscamos y si la aguja del pajar nos da problemas, será porque no tenemos que buscarla ahí.
No es tarea fácil recomponerse, pero siempre habrá alguien que en los momentos de rotura de huesos nos los suelde uno a uno, sólo hay que abrir los ojos y perder el miedo a hacer equilibrios en la cuerda floja, porque en realidad no hay caída debajo, sino suelo de cristal.

martes, 2 de diciembre de 2014

Bocado a bocado


Y escuchando esto decirte. Sin más. Deletrearte. Sin letras. Sin palabras. Sólo con los ojos.
Porque la noche es para los amantes, los poetas y los músicos, y la vida a veces se resume en encontrar sin saber cómo ni por qué a alguien que consiga que te conviertas en las tres cosas a la vez.
Sin darte ni cuenta te descubrirás tocando esta melodía en sus costillas.
Sin darte ni cuenta le arroparás cada noche, serás su suspiro y su ventana abierta para ventilar los malos humos.
Casi por sorpresa te pillará el invierno componiéndole esta canción, que no tiene nombre, solo alma.
Ni que eso fuera poco.
Le tatuarás mil sueños incomprensibles en el costado izquierdo y al son de sus latidos inquietos aspirarás el aire de sus pulmones y comprenderás que hasta ese momento no habías respirado aire más puro.
Aunque estuviera cargado de suspiros.
Sin darte cuenta le escribirás "los versos más tristes" y la manecilla del reloj se ralentizará mientras nervioso, los recitas.
Te convertirás en cama deshecha, en infiel y en amante de sus recovecos. Desearás esconderte en ellos cada día gris y sólo verás la luz cuando con la mano derecha coja su mechero azul y encienda esa varilla de incienso que te transporte al país de las maravillas, ese que tanto frecuentas solo con hacerla cerrar los ojos.
Te darás cuenta, sin venir a cuento, que todo se hace más interesante desde el momento en el que abre la boca y sin articular palabra, te narra la historia de aquel caos que con un moño despeinado se comía el mundo.
Y que a veces se lo sigue comiendo. Sin patatas, pero si con algún que otro aditivo.
Se convertirá en La Maga de Julio Cortázar y en los Cien años de Soledad mejor acompañados de García Márquez.
Sin darte cuenta cobrará forma en cada acorde de Sabina, en cada verso de Lorca y aparecerá su rostro sin más en las esculturas de Bernini. Porque a veces se le daba bien ser arte.
Aunque ni ella misma se dará cuenta ni tú sabrás interpretarla.

Las noches son para los amantes, los poetas y los músicos, y la vida a veces se resume en encontrar sin saber cómo ni por qué a alguien que consiga que te conviertas en las tres cosas a la vez.
Pero la noche se tornará día y tú, dormido, en sueños sabrás que estuvo pero despierto sabrás que se habrá ido.
Notarás el tacto de sus dedos en tus costillas, te verás arropado pero con la ventana abierta sin ambiente que airear, te pillará por sorpresa el invierno pero tu canción no tendrá acordes, te descubrirás "el atlas de las nubes" tatuado en el costado izquierdo y no recordarás su leyenda, tus versos más tristes se quedarán solos y el reloj además, seguirá funcionando. No hay nota que haga acabar tu melodía con un acorde perfecto y solo desearás huir a Macondo, donde lo surrealista te transportará a Cien años de Soledad y por desgracia la pluma de Gabriel ya no escribirá más.
Entre el caos avistarás un moño despeinado pero no reconocerás su rostro.
Amigo, tendrás que comerte el mundo tu solo.