"La era de los prodigios"

jueves, 28 de agosto de 2014

Susurros

No sé cómo lo hacía pero siempre que necesitaba escapar unos segundos de la realidad, sus manos tapaban mis ojos y con leves susurros me convencía de que yo ya no estaba aquí, que hacia tiempo que volaba alto. 
Y que tranquilidad me daba eso... el perfume de su cuerpo, el aroma de su aliento (a veces café, a veces menta)
Siempre sabía que hacer y de que manera hacerlo. Era el punto perfecto sobre la "i" más imperfecta, el acento a la palabra más aguda, el tango argentino más sexy del mundo, bailado por bailarines amateur...

Aun recuerdo los trazos de sus dedos por mi espalda y a pesar de frotar con esmero, tiempo después sigo siendo una obra de arte. Su obra de arte. 
No sé en qué momento decidió irse, sólo sé que me di cuenta de su ausencia por el recorrido de sus huellas hasta la puerta de mi casa, las cuales una vez cruzado el umbral, desaparecieron junto con su aroma a menta y a chocolate negro con fresa. 

Acostumbrada a sus idas y venidas pensé que cualquier día aparecería con un par de croissants y batidos de vainilla, aunque las señales de mi entorno me gritaban que el roce de su cuerpo ya no era mi segunda piel, que se había marchado, y con él su neopreno (siempre pegado a mi)

No sé si quizás debiera haberle llamado, o siquiera haberle pensado durante al menos 25 segundos al día, el tiempo que tardo en recordar como era la textura de sus besos. Supongo que me acostumbré a dejar de volar alto.

Un día me crucé con otro aroma y lejos de ser menta o café consiguió hacerme desaparecer como nunca nadie lo hubiese hecho antes: entre sábanas. 
Entonces comprendí eso de que se puede ser virgen de corazón, porque hasta que no me probé ese nuevo neopreno no pude comprender que yo jamás había hecho el amor antes.