"La era de los prodigios"

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Solo y sin leche.

Recapacita y se sienta.
Recapacita sobre todo y nada pero no es capaz de pensar. Recapacita recuerdos, los vierte.
Una imagen se repite en su cabeza, sin más, sin menos, sin sonido ambiente.
Su respiración retumba en sus oídos, entrecortada por el frío.
Aire gélido como la sombra del viento, como el caer repentino de las hojas en otoño, como sus huesos frágiles al igual que ramas secas.

"Tu odio, mi sonrisa. Tu sonrisa y mi odio.
Yo, yo mismo y tú. Tú, tu misma sin mí.
Lluvia que empapa el suelo e inunda mis charcos.
Lluvia que con el sonido trepidante y constante de las gotas al chocar contra el asfalto pareciera que separa tu nombre en sílabas.
Aspiro las horas a través de un filtro, como cuando hacías que desaparecieran de aquella manera.
Supongo que es esta época del año que acompaña a abandonar las guerras.
Yo, lleno de agujeros, ya no lucho.
Tus cañones me apuntaron hace tiempo.
Como jamás llevo reloj no puedo saberlo, quizás pasó ayer, quizás tan sólo hace unas horas.
Odio los ciclos de luz"

Recapacita y se levanta.
Manos en los bolsillos, nariz helada, cazadora de cuero cuarteada.
Alma intransitable, mirada perdida pero cuerpo en equilibrio.
Bienestar exterior y a la vez en ruinas como Roma.
No sabe donde meterse pero sigue buscando cobijo o que la vida caprichosa le brinde la casualidad de transitar la octava maravilla.
O al menos, un café solo bien caliente, o frío pero siempre amargo.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Matices

Perder la cabeza y el sentido por unos dientes torcidos y una sonrisa encantadora.
Y por los piercings en lo alto de la oreja derecha y el pendiente de rigor en la izquierda.
Por los libros antiguos y sus páginas amarillas. Por la inspiración barata a lápiz en un vagón destino Atocha.
Perder la cabeza y el sentido por la marca azul del bolígrafo al escribir en el dorso de la mano.
Y por la marca roja de un pintalabios en la mejilla. O en los labios. A veces hasta en la frente, depende de la noche.
Por un nudo de corbata mal hecho, por unas Vans desabrochadas.
Por una cuerda rota al afinar, por un poeta solitario y por sus escritos desordenados (aparentemente)
Perder la cabeza y el sentido por todos los tonos de iris ajenos, por los estornudos peculiares, por una risa contagiosa.
Por un abrazo sentido, por un guiño.
Por un saco de huesos.
O por todo lo contrario.
Por una banda sonora, por una discusión acalorada y una reconciliación peor, o mejor. Por las miradas tímidas de reojo, las risas nerviosas, las resacas de domingo.
Por las noches que se te van de las manos, por AC/DC a todo volumen en su coche.
Por la ginebra, por el ron y por el tabaco (ajeno o propio)
Por los atrapasueños y por Edgar Alan Poe, Shakespeare o Machado.
Por París sin necesidad de salir de su cama, por las fotos desenfocadas, por las historias exageradas y por la capacidad de bailar mal muy bien.
Por Monstruos S.A y por El Padrino, Por esa uña recién pintada que restriegas como si no hubiera mañana con el cojín del salón.
Perder la cabeza y el sentido por un Madrid bañado en cerveza e iluminado de principio a fin. Por no poder aguantar la risa en clase o en un concierto.
Por su par de ojos y su silueta caminando por tu pasillo. Por los pares de calcetines impares. Por la segunda posición en la cuarta cuerda. Por pasear solo en pleno otoño. Por su forma de andar.

Es curioso que todo lo que nos hace perder la cabeza y el sentido sea todo lo que nos hace ser.
Y decidme, ¿no es eso precioso?