"La era de los prodigios"

viernes, 28 de febrero de 2014

Una historia en Nueva York

Son las 15:33. Está sola, como siempre, pero acompañada por el último número de la revista Cosmopolitan, unos preciosos Louboutin y, por supuesto, el último bolso de Chanel. Cualquier diría que realmente está... so-la.

-Café solo, por favor.

Supongo que lo amargo de dentro también se ve reflejado por fuera. Las gafas de sol reposan en la mesa, quiere esconder su mirada a los demás... tal vez por eso la sombra de ojos sea demasiado oscura para unos ojos tan claros y que últimamente no son tan cristalinos como antaño. 
¿Qué esconde esa triste sonrisa?
Sus uñas van a juego con sus ojos y si los ojos son el espejo del alma... ésta debe estar muy negra y apagada o tal vez tan sólo esté rota.
Aún la recuerdo feliz, con su risa fuerte y aguda, con sus mil historias que contar. 
Tan sólo estoy dos mesas separado de ella y ni siquiera ha levantado la vista de su café ni de su revista. Y me parece extraño que nadie más en este lugar se haya dado cuenta de su presencia atormentada, yo no puedo apartar la vista de su larga melena rubia. 
Teñida o no, parece oro y nadie más se ha dado cuenta de que el sol que se cuela por las cortinas hacen que brille más de lo normal.

El sonido de sus tacones pisotean mi ensimismación y con cautela la observo salir y enfrentarse al duro invierno de Nueva York, pide un taxi y se va, sin reparar en mi existencia (o sin querer reparar en ella. No la culpo, yo tampoco me miraría si estuviera en su lugar)
Y así cada día. 
D-í-a tras d-í-a. 

Llevo encontrándome con ella 7 meses seguidos, todos los días, menos los domingos, en este café cerca de Central Park. Se ha convertido en uno de esos extraños que se acoplan de repente en tu rutina, y yo creo que mis cafés ya no saben igual si sus piernas no se pasean por mi derecha ni si su colonia no acaricia mis fosas nasales. Me gusta observarla, porque es diferente a todo cuanto puedes mirar en esta enorme ciudad llena de personas, que vienen y van, que te roban el taxi y hacen que te retrases para llegar a esa reunión. Me gusta, ya no sólo mirarla, sino admirarla. Eso si, desde lejos, desde la distancia prudente de dos mesas, desde la distancia prudente de dos manzanas a la izquierda o desde mi loft, en Brooklyn, cruzándome media ciudad en metro.

¿Cobarde?
Lo admito. Pero, otro día más se ha dejado olvidadas las gafas de sol y tengo exactamente 4 minutos y 36 segundos antes de que aparezca otra vez... así que voy a ello.
Bolígrafo y servilleta.

"Un consejo: no prives a la ciudad de Nueva York de unos ojos tan bonitos."





lunes, 24 de febrero de 2014

Carta a todas tus catástrofes

No sabes cómo, dónde ni por qué. Solo sabes que de repente, tú no eres el mismo, que la ciudad ha cambiado o que quizás el que ha cambiado eres tú.
No sabrías decir a ciencia cierta si los acontecimientos te han moldeado o si ha sido tu molde el que se ha adaptado a ellos pero lo importante es, que de repente, piensas las cosas de otra manera, ves la ciudad de manera distinta, los que te rodeaban han desaparecido y no sabes si la culpa es tuya o la vida simplemente te está dando la oportunidad de abrirte, o la oportunidad para perderte para siempre, tu mirada es desafiante pero curiosa y tu corazón... ni siquiera sabrías qué decir sobre él, porque hace tiempo que escuchas a tu mente.
No sabes en qué te has convertido, o te han convertido. "Yo no soy así" te gritas por dentro hasta rajarte las entrañas pero... ¿no lo ves? tu reflejo es el mismo, tus ojos son iguales, tus dientes sonríen igual... es tu risa lo que ha cambiado, o lo que te ha cambiado, o lo que te han cambiado. Tampoco tienes ni idea para hablar de eso.
Das pasos firmes, o lo intentas, y ya no te ríes de tus fallos. ¿Tanto dolor tienes para no mirarme? ¿Para no perdonarte?
A lo mejor lo único que pasa es que de repente te crees autosuficiente y das por hecho que no necesitas a nadie más. Pero entonces explícale por qué cada noche te sientes en deuda si no le das las buenas noches, explícale entonces por qué a pesar de ser un cobarde no desapareces, explícale por qué sigue siendo el rostro de tus cuadros.
Te secas las lágrimas con rapidez y furia pero por dentro te inundas. Te peinas pero tu aspecto no te importa. Le sonríes, porque quieres mantenerla atada de pies y manos, pero en realidad hace tiempo que el valor de una sonrisa perdió sentido para ti. Te prometiste cambiar, y lo hiciste, pero te equivocaste de sentido. Tú no querías no querer, pero creo que es tarde.
Porque la muralla de hielo hace tiempo que te rodeó por completo. Es tarde porque ya hace tiempo que tus ojos tienen ese brillo oscuro. Es tarde porque te has dejado dominar por el miedo, ese que crees haber superado, ese que te hace decir cosas que no piensas, ese que ha hecho que la única persona en la faz de la Tierra capaz de aguantarte, se ahogase con tus icebergs.

¿Te arrepientes? Lo siento, vuelves a llegar tarde. No esperes de mis latidos, hace tiempo que me tinté de negro gracias a ti. No esperes que mis consejos vuelvan, hace tiempo que se fueron a tomar viento, literalmente, pues se fueron volando hacia aquellos cuerpos dispuestos a escucharles.
Con la mano derecha me arrancaste y yo con la izquierda te digo adiós. Maletas hechas. No esperes perdón.

Atentamente;
aquel al que solías llamar "corazón"

miércoles, 12 de febrero de 2014

Para él siempre es invierno

¿San Valentin? No, lo cierto es que él no creía en eso.
*Desde hacía pocos meses, también es verdad*
Cada vez que miraba, decía con los ojos que en lo único que él creía era en el Invierno, un invierno extendido durante todo el año, solía recalcar.
Cuando la gente le preguntaba sobre aquello él se limitaba a encogerse de hombros y a sonreír, siempre había sido un chico de pocas palabras, mientras que del frío, se le helaban las entrañas.
Siempre había sido muy normal, no pintaba, no escribía, no hablaba inglés y, sin dudarlo, lo suyo no era cantar pero tenía una risa capaz de derretir el mismísimo Polo Norte, una lástima que siempre luciera una sonrisa gélida.

Llevaba dos décadas esperando, y seguía sin saber el qué o a quién y por ello se aficionó al Jazz, inmejorable compañía para sus noches de desvelos. A ritmo de un saxofón, se proclamaba como el único ser despierto en la ciudad dormida, una pena que no viviera en Nueva York, la que nunca duerme.
Se tomaba cinco cafés al día, desayuno, almuerzo, merienda y los dos imperdonables de la 1:37 y las 2:24 y miraba al infinito una media de 15,7 veces y no, no sé en qué piensa pero de vez en cuando se pierde en mí, y a eso si que no le buso motivos porque no los quiero, a mí me pasa igual.

 Lo cierto es que es la única persona a la que le queda bien el viento en las pestañas, los cortes de pelo espontáneos, la barba de 3 días, la sonrisa ladeada, los colmillos afilados, los ojos cansados pero la mirada verde. También le quedan bien las manos frías, la nariz roja y las botas empapadas, los apuntes revueltos, los nervios por el fútbol y la risa vergonzosa.

Ella sabía que no dormía bien porque sus ojeras le delatan, sabía que le encanta leer y rascarse la oreja izquierda cuando piensa, sabía que se moría de ganas y también de miedo, sabía que es un cabezota y que no siempre el aire contaminado le sienta bien, sabía que la mataría si pudiera, algo así como... un crimen de amor.
Y lo cierto es que ella era como él, un alma gélida y responsable de miles de miradas cruzadas entre las gotas de lluvia al cruzar la avenida. Ella sólo quería encontrar cobijo en sus abrazos o, de no poder ser, en su coche de camino a casa.
Ella llevaba también casi una década esperando con la pequeña diferencia de que ella sí sabía a qué, pero lo más importante: sabía a quién.

¿Pero y es que ella no se cansa?

"Si no tardas mucho, te espero toda la vida..."
Tatuado en su costado izquierdo.

lunes, 10 de febrero de 2014

Eres arte.

Soy un desastre, y creo que no descubres América al decirte esto. Sí, soy un desastre de la cabeza a los pies pero si fuera un árbol, sería un sauce llorón, para darte cobijo bajo mis ramas.

¿Nunca te he hablado de la paz que me transmiten esos árboles? Quiero que esa paz llegue a ti, y si hace falta, me transformo en árbol, para ti.
O en césped recién cortado, o en olor a gasolina.
Lo que tú quieras, lo que más te guste.

Sí, soy un desastre y si he venido hasta este portal sin paraguas es porque quiero que me recibas con una tormenta de besos, que de rayos ya tenemos suficiente con la que está cayendo ahí afuera.
Si... soy un desastre, que no tengo nada ordenado, ni siquiera mis ideas más arraigadas pero supongo que eso es lo que me hace diferente. Sí, el hecho de olvidarme de las cosas más terrenales tiene un motivo, y es porque prefiero acordarme de rozar el cielo con las puntas de mis dedos cuando te miro a los ojos. A veces marrones, a veces negros, depende de lo que se me haya olvidado ese día, pero normalmente sé como hacerlos oscurecer (haciendo que cierres tus párpados para contemplarte por dentro, obvio)

Sí... soy un desastre pero adoro tu risa cuando, con el pelo mojado y la toalla sujetada por mi mano derecha, salgo a recibirte (descalza) y miro la hora mientras resoplo diciendo "No puede ser... hace nada eran las 4 de la tarde." Sí... no tengo cabeza para nada y para no perderla prefiero apoyarla en tu hombro y que sea tu barbilla la que la sujete, acompasada con tu respiración.

Lo único que odio de llegar siempre tarde son los minutos que me auto-robo de estar contigo, será por eso que lo único que quiero es atraparte con mi Polaroid y hacer un collage con tus mejores muecas y colgarlas de la lámpara de mi habitación, para que así de paso seas tu el que me ilumine y el primero que vea mi cara de dormida cuando suena la alarma al despertar.

Lo bueno de olvidarme de lo que iba a decir y acordarme a los pocos minutos, es darme cuenta de que todo lo que tenía que decir es que tengo miles de planes pensados, un montón de películas apuntadas en una lista kilométrica, que tengo un montón de anécdotas que contarte y que seguramente ahora, mientras camino hacia tu dirección me pase algo, y seguramente ese "algo" lo contaré con risas mientras te desesperas por saber qué narices hago un miércoles a las 21.40 por tus calles.
Y yo, por supuesto, lo haré encantada acompañándome a mi misma con aspavientos, voces altas y risas nerviosas porque sí, no puedes pretender escudriñarme con la mirada como lo haces y que no me ponga nerviosa.

Ni siquiera ahora mismo sé por qué te estoy recitando todo esto en alto porque la verdad es que me he saltado la mitad de todo lo que tenía pensado ¿ves? un jodido desastre, de la cabeza a los pies.

Sólo quería decirte que el escalón no es muy alto, que puedes andar hasta con los ojos cerrados y que como ya dice el refrán "Todos los caminos llegan a Roma" pero yo solo quiero que llegues hasta mí, por ahora no quiero a Italia, que para Coliseo ya está mi corazón (un poco en ruinas) pero siempre con visitantes pasajeros, fortuna la mía que tú sigas andando por sus galerías.

Si... soy un desastre pero, ¿tú has visto qué final?
Totalmente improvisado, qué bien me inspiras.

lunes, 3 de febrero de 2014

Lo bonito de los polos opuestos

Me encanta masticar el odio.
Es pesado y contundente.
Además puedes tragarlo y sentir como cae similar al acero en tu estómago.
El odio te deja respirar, no es como el miedo, que forma nudos en la garganta obligándote a frenar.

A veces, me gusta el odio.
Te da ansia, te da rabia, te da fuerza, te da adrenalina.

Me he fijado en que es curioso como el odio dilata las pupilas... al igual que el amor.
Por eso siempre he pensado que amor y odio son dos gemelos separados al nacer.
Y de vez en cuando se unen.
Y cuando se unen... te extasian por dentro.

Ambos te dan fuerza. Ambos te dan potencia. Ambos paralizan tu mente. Ambos te dan ansia. Ambos te dan adrenalina. Ambos te hacen apretar los dientes. Ambos te secan la garganta.

Lo malo del odio es que es débil.
Se deja aplacar.
Se desintegra con una caricia por el cuello.
Se desvanece cuando la piel de gallina se expande por todo el cuerpo.
Se va igual que vino. Rápido.
Porque el odio aparece, te quema y te consume. Como una cerilla.

Lo malo del amor es que no se deja aplacar.
No es débil.
Se agarra con fuerza.
Te estruja las manos.
Te araña por dentro.
Te humedece los ojos.
Te clava las uñas.
Se hace con el control.

Maldito amor... ojalá fueras odio...

Maldito odio... ojalá fueras amor...

Una historia en silencio

Está bien eso de que me tiemblen las manos, pero dame tregua porque te recuerdo que aún no te has atrevido a calentármelas en el bolsillo de tu Carhartt.
Está bien eso de que de repente el corazón se me salga del pecho y, sin venir a cuento, lo sienta en el estómago, mareando a esas mariposas aletargadas después de meses de profundo sueño. Le estás volviendo loco, y ya no quiere volver a estar cuerdo, que dice que lo echaba de menos... definitivamente, está loco. De remate. Por ti, o por la sensación de aliento cálido, ese que aún ni siquiera le ha rozado.
Está bien lo de tener que respirar por la boca porque por la nariz no me es suficiente, que mis pulmones se ahogan si los miras a la cara, aunque sea desde una foto. Pero te repito, dame tregua, que aún me estoy acostumbrando a eso de que tú no te acostumbres a que yo me acostumbre a ti. ¿Lioso?
R E L E É M E.

Pero con los labios. *Shhhh cállate maldito corazón. Dedícate a bombear sangre y devuélveme a la Tierra*

Está bien eso de que me crujan de frío las costillas porque quieran ese abrazo que aún tu no les has brindado. Pero está mal que se acostumbren a sentir ese frío, porque estarán a la espera de tu calor, y yo no me atrevo a decirles que a lo mejor, tú no llegas nunca.
Está bien eso de que haya hablado con Morfeo para que vigile tus noches. Si yo ya no quiero soñar por las noches, para eso tengo el día y mi manía de echar de menos eso que no tengo.

Echar de menos lo que no tengo... sí. Eso también me quita el sueño.

Está bien eso de ahogarse en un suspiro. Es como sumergirse. Salvo que ahora no hay olas, sino sensación de vértigo. Pero... ¿y eso está bien?

¡Salta! *¡Te he dicho que te calles!*

Que sí, que vale, que tengo miedo a saltar y caerme, que no sé de cuánto es la caída, que no sé si estarás abajo, que no sé si al verme caer huirás, que no sé si me curarás las heridas o me las abrirás más, que no sé si mi corazón se ha vuelto loco o soy yo la que no sabe estar cuerda, que no sé si brindar por mis errores o por los que cometería contigo, que no sé si con cerrar los ojos y respirar hondo conseguiré aletargar de nuevo a los huracanes de mi pecho, que no sé si de verdad quiero dormirlos o avivarlos, que no sé si te miro viéndote o te miro para vernos a los dos en un mismo iris, que no sé nada y no sé si quiero que me lo enseñes todo.

Como ves estoy perdida, y no se si encontrarte para encontrarme o perderme para encontrarte o si encontrándote nos perderemos los dos. Porque en el fondo me gusta la eterna duda. La eterna pregunta. La sensación de volver a empezar de cero.
Es gratificante. Lo de que me hayas reconstruido sin hacer nada, digo.
Te sales del molde y yo saco un pie del tiesto con sólo pensar en ti y no sé si es bueno o es malo. ¿Ves? No sé absolutamente nada.
Y ¿sabes? Lo mejor es que tú tampoco, pero aún no te has dado cuenta.
Como dice Fito, te doy el oro de mi tiempo para que te hagas un reloj, y cuando lo pongas en hora avísame para ponerme a las 12 en punto frente a tu puerta, para que a las 12.05 después de meditar llame al timbre y a las 12.15 ya hayamos perdido el miedo.

Dame tregua, me has arañado las entrañas.