"La era de los prodigios"

lunes, 3 de febrero de 2014

Lo bonito de los polos opuestos

Me encanta masticar el odio.
Es pesado y contundente.
Además puedes tragarlo y sentir como cae similar al acero en tu estómago.
El odio te deja respirar, no es como el miedo, que forma nudos en la garganta obligándote a frenar.

A veces, me gusta el odio.
Te da ansia, te da rabia, te da fuerza, te da adrenalina.

Me he fijado en que es curioso como el odio dilata las pupilas... al igual que el amor.
Por eso siempre he pensado que amor y odio son dos gemelos separados al nacer.
Y de vez en cuando se unen.
Y cuando se unen... te extasian por dentro.

Ambos te dan fuerza. Ambos te dan potencia. Ambos paralizan tu mente. Ambos te dan ansia. Ambos te dan adrenalina. Ambos te hacen apretar los dientes. Ambos te secan la garganta.

Lo malo del odio es que es débil.
Se deja aplacar.
Se desintegra con una caricia por el cuello.
Se desvanece cuando la piel de gallina se expande por todo el cuerpo.
Se va igual que vino. Rápido.
Porque el odio aparece, te quema y te consume. Como una cerilla.

Lo malo del amor es que no se deja aplacar.
No es débil.
Se agarra con fuerza.
Te estruja las manos.
Te araña por dentro.
Te humedece los ojos.
Te clava las uñas.
Se hace con el control.

Maldito amor... ojalá fueras odio...

Maldito odio... ojalá fueras amor...

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