"La era de los prodigios"

martes, 26 de noviembre de 2013

Calipso

Antes de la tormenta está esa insufrible calma, esa calma que te anuncia un enfado tan vertiginoso como caer desde el mayor de los acantilados.
Esa calma aparece cuando las palabras se adentran en tus oídos y una tristeza nerviosa invade cada una de tus extremidades, es en ese momento cuando el corazón se ha olvidado de bombear sangre y los pulmones no acogen más aire en su interior. Esa calma aparece cuando, sin sentido, tu dices adiós, cuando giras tu cabeza, cuando no se sostiene una mirada. Esa calma precede a las lágrimas. Esa calma te ancla en el suelo, te paraliza, hace que todo a tu alrededor gire mientras tú, inerte, permaneces inmóvil. Masticas lo que acaba de pasar. Reprimes el llanto. Ahogas el grito. Viéndote marchar, sólo queda respirar.
Y respiras para ahogarte.

Entonces una lágrima ardiente cruza tu rostro. Quema tus pestañas. Hierven muchas más en tus ojos. Apretas los puños. Gritas. Pataleas. Corres. Te sujetas la cabeza como si ese gesto pudiera ordenar las ideas caóticas que saltan por tu cabeza. Embalas al corazón y los pulmones sólo respiran odio y exhalan rencor.
Las uñas ya se han clavado en las palmas de tus manos, pero no sientes dolor, los niveles de dolor ahora mismo se elevaban al infierno ¿qué, sino un juego de niños, era ese escozor comparado con el fuego de tus pies ardientes deseosos de escapar?
Deseosos de escapar tras de tí.
Los timbales de la realidad golpean tus tímpanos, y tú, adolescente de repente, te niegas a aceptar.

No. Nonononono. NO! NO! NO!
MÁS ALTO. MÁS! QUIERES QUE TUS GRITOS LLEGUEN AL MISMISIMO INFIERNO. Aquel del que quieres escapar...
NO! NO! NONONO!
NO...

Pero de repente, sólo escuchas tus latidos y el son de tu respiración.
El mar está en calma. Tus lágrimas sólo son saladas, tus manos ya no tienen fuerzas para más, tu garganta no soporta más gritos, tus pies no quieren avanzar.
Y, al igual que en la cajita de música de Davy Jones, pasada la tormenta vuelve a llegar la calma.
Esa calma que te dice que todo lo peor ha pasado ya, que sólo queda escalar la montaña. Pero que primero tienes que encontrarte.
Y hecha un ovillo, mientras te dispones a buscarte, te acurrucas en la cama y lo único que quieres es que esa cajita de música no vuelva a abrirse nunca.

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