"La era de los prodigios"

martes, 21 de enero de 2014

Poema del agua

"Me imaginé dentro. Con los ojos cerrados y la respiración lenta, muy lenta, l e n t í s i m a, empapándome en círculos, dirigiéndome al centro del torbellino, dejándome hundir...
Y era tan placentero.
Dejarse llevar, claro. Y también ahogarme, poco a poco, sin esfuerzo, casi sin darme cuenta, sin miedo. 

Sólo es agua. Y el agua me daba vida, ¿cómo iba a matarme?

Sólo ahogándote te das cuenta de que hay ciertas mareas por las que vale la pena dejarse llevar, y ya no sólo las físicas, las reales, las que hay en cualquier océano; sino también las que creamos día a día en nuestra realidad paralela.
Yo misma había creado un océano en mis pestañas, y así, cuando lloraba, lloraba mares.
También había un océano en mi mirada y, por supuesto, había alguien dispuesto a ahogarse en ella, conmigo, haciendo submarinismo, de la mano (o no), o a lo mejor sólo con observarme de lejos, sin pronunciar ningún tipo de palabra, el agua ya le llegaba a la cintura. 
Y ni siquiera luchaba por nadar.

También hay agua en las manos, pero muy pocos sabemos usarlas para quitar la sed, la mayoría sólo dan ansiedad o secan las gargantas de aquellos que se refugian en vasos de ginebra, sin hielos, caliente, para arder más en la soledad de un apartamento similar al mar muerto, sin olas, sin nadie que pasee por sus orillas, sin nadie que tome su sol. 

Y es triste, porque cada cuerpo es una playa privada, pero con la puerta abierta.
La cuestión no es cómo entrar, sino como salir cuando las olas se conviertan en tsunamis. 
Algunos están marcados con húmedas huellas en la arena, pero eso tiene fácil solución: pasear por encima de ellas.
Otros tienen marea alta, otros marea baja. 
Pero qué más da, si lo que importa es explorarla y enamorarte de cada ola, o del calor, o del frío, o incluso de esas medusas que con sus tentáculos te atrapan y al más mínimo movimiento te marcan para siempre.
Hay que tener cuidado con estas últimas.

A mi personalmente me encantan las mareas que me arrastran al fondo, porque eso quiere decir que me he entregado por completo. Voy a la deriva, sin bombona de oxígeno, sin aletas, porque lo único que quiero es llegar al centro, donde tu mar está mas revuelto, donde, de cierta manera, tu remolino también es mío.
Y hay muchas formas de adentrar en un océano ajeno. 
Por los ojos.
Por la mirada.
Por la boca.
Por las manos.
Por los brazos.
Por los pies.
Y también por una combinación de casi todas ellas.
Y es fácil descubrir cuando tienes acceso. 
Cuando esos ojos exploran tu mar.
Cuando esa mirada hace surf en  tus pestañas.
Cuando esa boca te sonríe y genera en tu estómago marea alta.
Cuando esas manos conectan con la tuya y, de cierta manera, los dedos moldean el agua. Como cuando abres el grifo y la dejas pasar entre los dedos.
Cuando esos brazos te arropan. Como cuando te envuelves en una toalla, muerta de frío, pero en esta ocasión, si te tiemblan los dientes no es por ninguna sensación térmica.
Cuando esos pies deciden pasear con los tuyos por tu orilla. O pasear tú con los suyos por la suya."

Y todo esto lo pensó mientras echaba tres cucharaditas de azúcar en su taza con té humeante, muy caliente, porque acababa de salir del mar de sus pensamientos.
Y se sonrió, como siempre hacía cuando descubría algo nuevo.
Y lo que había descubierto en esa fría mañana de Enero era que, casi sin darse cuenta, ya estaba a la deriva, sin frenos, sin aletas, sin bombonas de oxígeno.
Sólo ella y un océano enorme que estaba totalmente empeñada en explorar.

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