"La era de los prodigios"

domingo, 9 de junio de 2013

Por no tener, no tenía ni pecas.

Su habitación estaba desordenada, pero no era el típico desorden de ELLA. Esta vez era el clima el que era caótico, eso y los cristales rotos que la estaban haciendo añicos las plantas de sus pies que ya no andaban cuatro plantas hasta su puerta. Sangraban. Y le daban a la habitación un toque extraño, tan extraño como sus ojos hinchados de no dormir, tan extraño como su mente abandonada por los pájaros.
Mordía recuerdos porque ya no le quedaban uñas, ni padastros.
No sabía como, pero no sentía dolor, ni siquiera psíquico; suponía que era porque una vez que llegas a la cima de la autodestrucción ya sólo te queda convertirte en una especie de dementor. Pero las almas ya no la llamaban la atención, ni siquiera las miradas. Ella sólo buscaba el equilibrio perfecto entre los suspiros y una mueca feliz. Ella ya no aspiraba a pedir la felicidad, se conformaba con muecas de sonrisas. Se asemejan más a mi -decía- pues yo me he transformado en un atisbo de persona.
Notaba el fluir de la sangre por sus venas, y sus pies, y notaba como sus pulmones grises se llenaban cada vez más de menos aire y de más humo. Se había olvidado de lo que significa RESPIRAR.
Sus manos eran las únicas que de vez en cuando chorreaban tinta, su mente se dejaba llevar, iba y venía, pero ya había dejado de ser huracán, se había convertido en brisa. Sólo los excesos y los poemas la devolvían un poco a la realidad. Su corazón era un mero espectador que se había sentado en la décima fila con un gran bol de palomitas, él ya intuía que comenzaba la acción, y quería divertirse, desde que se había revestido de acero intentaba dar la imagen del típico tipo duro, a lo James Dean.
Si tosía, la boca le sabía a sangre. Tal vez fuera el tabaco. O el tequila que la quemaba el esófago, pero el caso es que se habia acostumbrado a ese sabor entre salado y ácido que se había instalado en su organismo, no la molestaba del todo. Era una especie de señal de que, aunque ya no recordara como RESPIRAR, su cuerpo no la había abandonado, ni sus tatuajes, ni sus huellas. Oh sus huellas... claro que no.
La habitación se inundaba poco a poco de su caída, de su explosión de cristales, de su cenicero a reventar y de sus pies fríos manchados de rojo carmín, con la diferencia de que el carmín hacía tiempo ya que la había abandonado.
Su reflejo la pedía a gritos una reacción. Era curioso ver la escena: ella fría como el hielo y su imagen aporreando el margen del espejo, con el rímel hasta las mejillas, el moño deshecho y muchas gasas y tiritas para curar sus pies descalzos, que ya no sentían el tacto de sus sábanas.
Ella se limita a observar. Y fuma. Y sangra. Y le dedica una mueca de sonrisa al espejo de su habitación.

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