"La era de los prodigios"

viernes, 20 de diciembre de 2013

Luz aural

Último trago de la quinta copa.
Vodka. Tres hielos. Alcohol hasta el segundo. Torpeza característica de una mirada perdida mientras imagina su próximo trayecto repitiendose mil veces "no caigas" -al suelo o a sus circunstancias-.
Objetivo conseguido.
Cerebro empequeñecido, inerte, incapaz de pensar, negándose a aconsejar.
En estas ocasiones maneja el impulso, y esa noche se basaba en seguir bebiendo -puede que si le diese rienda suelta, alguien acabe sorprendido-.
Porque al fin y al cabo lo único que podía serenarla era un soplo de aire fresco pero la calle no la dejaba huir, siempre atrapada entre la misma sensación. Y sintió odio. Un odio momentáneo que recorrió toda su columna vertebral, segregándose por cada hueco de su cuerpo, haciendo endurecer su gesto, haciendo que clavase una mirada helada, provocando escalofríos en aquel que la sostuviera.
Parecía cansada y el cielo encapotado sin estrellas no le daba ninguna respuesta.
-Más bien estoy harta de ser demasiado lista para ver venir a los listos y aún así, dejar que desprecien mi YO y mis CIRCUNSTANCIAS-.
Ese yo era lo que hacía cambiar a su iris de color dependiendo de la luz y sus circunstancias eran las que variaban su sonrisa dependiendo del día, y aquella noche no parecia muy feliz.
Ella era demasiado adicta a los espejimos...
Y su problema era que no era capaz de salir de ellos. Y luego ni con hielos ese trago entraba mejor. 
Demasiado amante de lo ajeno, dejaba de lado su amor propio. 
-Grave error- nota mental apuntada para el despertar del día siguiente, cuando decidiría, sin duda, dar un giro a sus circunstancias (las suyas y las de él). 

Aún mareada se despertaría, iría al baño y tras tres, exactamente tres segundos se reconocería al otro lado. Cansada. Con resaca de todo y de nada. Pálida. Pequeña. 
Y se haría una coleta para ver el mundo con claridad aunque tuviera que achicar los ojos para poder mirar al Sol. 
Y se liaría un cigarro, agarraría un café, saldría a la terraza para sentir el frío de Diciembre y gritaría en silencio "basta", porque en ese momento decidiría que nadie merece que se enfríe su café por pensar, ni que se consuma su cigarrillo por recordar entre una nube difusa de sensaciones.
Aquella mañana sin duda primaría el odio. ¿Quién se había creído que era? Y apagaría con rabia el cigarrillo en el cenicero. Y se metería en la cama a escuchar Ed Sheeran, Passenger, Gabrielle Aplin... cualquier canción de cualquier artista con denominación de "para días grises" y se haría una bola con la manta y escribiría cartas sin fin, que jamás serían enviadas. 
Y en esos instantes deseará saber dibujar, porque le encantaría dibujarse a ella misma caminando por un angosto camino rodeado de árboles pero iluminado por la luna.
Esa maldita luna que tantas cosas había regalado a sus noches astrománticas. 

Y después saldría a pasear, se tomaría otro café mientras lee a Reverte y odiará las putas navidades con todas sus fuerzas. Y ese será su viernes, con sabor a domingo, resaca de miradas y vacaciones en pause.


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