"La era de los prodigios"

lunes, 18 de marzo de 2013

El lago de los cisnes.

Preso en una cárcel de cristal late nervioso y a contratiempo con los pensamientos. Con las experiencias ese cristal de Swarovski se había ido formando alrededor de cada ventrículo, de cada aurícula hasta recubrirlo por completo. Algo tan delicado merece estar bien protegido, curioso es que se haya revestido de algo tan sumamente frágil.
Late despacio pero potente, tranquilo, con calma... Tiene miedo de fracturar su cárcel de cristal, la cual está ya un poco rayada por la parte inferior izquierda, ahí donde el dolor ha encontrado su escondite, porque no sé si lo sabéis pero, cuando algo nos hace daño, el dolor se siente en la parte inferior izquierda del corazón. La parte inferior derecha es decepción. La parte superior izquierda es amor con todo lo que conlleva, y la parte superior derecha es esperanza con cierta pizca de miedo al futuro.
Había decidido protegerse él solito, con la intención de no ser dañado al sentir y de no ser un insensible a la hora de querer sentir. Eligió un material delicado, precioso, frágil y brillante; a juego con la dueña, Swarovski por fuera a prueba de mínimos roces, y piel cálida y receptiva por debajo de la armadura, con ciertos golpes y magulladuras; nada que no pueda disimular un poco de maquillaje.
Clin                                                                       Clin                                                     Clin
Como una canica que se cae de manos de un niño, el cristal se resquebrajó. Cayó, precipitosamente como el agua de una cascada, al vacío de un estómago que hacía una digestión de sentimientos.
Cada parte de su organismo sentía al 100% de nuevo, lo bueno y lo malo. La boca le sabía a resaca de besos y la garganta no podía tragar más tequila mezclado con pasión. Las lágrimas volvían a tener sabor, sabían a mar de sensaciones. Su mano izquierda acariciaba la ambición y el odio mientras que su derecha rozaba el delicado néctar de la esperanza y la timidez temprana. Su nariz olía a lujuria y a perfume de Hugo Boss. Sus oídos escuchaban de nuevo y desde aquel ático desconocido volvió a reconocer el barullo de Barcelona, su musa, sabía que esa tarde su guitarra volvería a chillar. Sus ojos notaban como el brillo del rayo de luz se reflejaba en el espejo y rebotaba por las sábanas blancas manchadas de alcohol. Su cabeza daba vueltas, confundida por tantas sensaciones, situándose y adaptándose a su nueva forma de comprender la realidad sin tener que contemplarla a través de un cristal. Su verde parecía Irlanda.
Se contempló en el espejo. Se sonrió. Se colocó el pelo tras la oreja y sus ojos admiraron con cierto matiz de picardía, el cisne que colgaba de su cuello. Un cisne de Swarovski, por supuesto.

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