"La era de los prodigios"

martes, 27 de agosto de 2013

Del asfalto al vacío.

La tarde empieza a caer. Empieza a oscurecerse el día y a iluminarse la noche.
Farolas a medio gas. A medio encenderse. A medio apagarse.
No es de noche. Tampoco es de día. Es un estado sin estar.
Como ella, que llevaba en standby desde entonces. Desde que no sabía distinguir el final del día y el comienzo de la noche. A medio gas. A medio encenderse. A medio apagarse. A medio ser. A medio no ser.

Esa fina línea que separa el todo de la nada. Del riesgo. Del salto.
Esa fina línea que hace que el interruptor no haga contacto y que esa bombilla no llegue a encenderse nunca.
Esa cerilla que no se enciende. Esa fuerza que nos falta para hacerla saltar en chispas.
Esa piedra del mechero que se atranca a media calada de encenderse el cigarro.
Esa fina línea entre parpadear y perderse la estrella fugaz de su pestañeo inseguro o no hacerlo y ser partícipe del universo de su iris.

Esa farola a medio gas. A medio encenderse. A medio apagarse. A medias de alumbrarte el camino. A medias de sumirlo todo en oscuridad.

Ese estornudo cortado por una carcajada.
Esa finísima línea que separa la afinación del medio tono bajo.
Esa fina línea que separa el bien de tu supuesto mal creado precisamente por ti.
Ese límite imaginario creado a partir de inseguridades.

Una farola a medio gas y tú, con una bocanada de aire la apagas.
Una farola a medio gas, y yo, cerilla en mano la enciendo.
Y de paso, te enciendo y te alumbro a ti. 

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