"La era de los prodigios"

domingo, 17 de febrero de 2013

Madrugadas a las 3 y 23.

A cada calada que daba el cigarro se le consumía y el humo, jugaba a enredarse con sus pensamientos. Trago a trago, sorbo a sorbo, el café frío se acababa. Suspiro a suspiro, lágrima a lágrima, el rímel teñía su cara de negro.
La ciudad hoy estaba disfrazada de gris y ese humo que lenta y periódicamente salía de sus pulmones, ascendía hacia esas nubes grises, amenazantes de tormenta, y allí, se hacía un hueco y observaba desde las alturas.
El viento movía las cortinas del salón, entraba sin pedir permiso y revoloteaba en su pelo, enredándolo, despeinándolo. Las calles olían a soledad, las estrellas pestañeaban y ofrecían un guiño de luz a esa noche oscura.
Su tatuaje asomaba curioso a través de la manga del jersey. Un trébol de cuatro hojas la recordaba que la suerte, hay que buscarla.
Montones de folios desperdigados por la mesa bailaban un vals con el viento. Bailaban sin pisarse los pies.
Salía al balcón, y dedicaba una última calada a ese barrio que tantas noches la había cuidado mientras dormía, pero que hoy, le hacía compañía en su insomnio.
Del cigarro de la suerte, su cigarro de la suerte que en cada paquete reservaba para el final, ya sólo quedaban las cenizas esparcidas desde su balcón a la acera y el humo que se había ido a reunir con las nubes.
¿De sus pensamientos? Tampoco quedaba nada ya. Sólo esa sensación de vacío que siempre hace aparición cada vez que le das demasiadas vueltas a algo *o a nada*.
En un último suspiro empezó a llover humo y las gotas disimularon su llanto.
Miró su reloj. Si se daba prisa podría dormir exactamente 4 horas y 8 minutos. Desgraciadamente las ojeras tendrían que volver a ser disimuladas a la mañana siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario