"La era de los prodigios"

viernes, 20 de febrero de 2015

Tienes correo

Espero y deseo con todas mis fuerzas ser yo la que te empuje al vacío. Ojalá sean mis manos las que se entrelacen con las tuyas justo antes de saltar al más profundo de los abismos. Ojalá sean mis ojos el último espejo en el que quieras verte reflejado por última vez. Ojalá sean mis labios los que te griten "S A L T A".
Ojalá sea yo todas esas cosas para que en el aire y a escasos centímetros del impacto, te dieras cuenta de que la caída es mucho más llevadera en compañía, que la caída son dos centímetros y que todavía no es tu momento para hacerte añicos contra la piedra de una montaña que no has conseguido escalar. Con sumo gusto me aferraría a ti y caeríamos juntos, para que pisáramos con nuestros pies descalzos ese suelo de cristal que nos impide seguir cayendo, para seguir siendo diminutos seres que se arrojan al vacío de los miedos y se encuentran superándolos, como ya te dije que harías.
A veces los pulmones no son capaces de coger el suficiente aire para que podamos seguir caminando, seguir escalando, seguir corriendo por mucho que fallen las rodillas. A veces una bocanada de aire se nos antoja pequeña e insuficiente, pero también a veces es necesario respirar en minúsculas dosis para evitar la sensación de ahogo.
Con sumo gusto haría submarinismo por tus entrañas y fotografiaría tus rincones más oscuros para que al salir de nuevo a la superficie, los quemases en la hoguera que arde cada vez que se te forma un nudo en la garganta. Y de igual manera, con sumo gusto haría submarinismo por tus entrañas y fotografiaría tus rincones más bellos y auténticos, para que los enmarcases y cada mañana te sonrieras por dentro. 
Simplemente creo que el clavo al que te aferras hace tiempo que está consumiendo la carne de tus manos, las está quemando sin ningún pudor y tú te estás acostumbrando al daño. Soy de las que piensan que un abrazo vale más que mil palabras, que deberíamos sumarnos a las Olimpiadas de las sensaciones y que deberíamos llevarnos el oro en el deporte más difícil de todos: el de entendernos sin palabras.
Considero que tu sonrisa brilla por su ausencia, que al marrón de tus ojos le falta la chispa de tu risa, que tus suspiros son los que hacen que estos días haga más viento que nunca.
Sé que tus días últimamente tienen más de 48 horas y que las noches duran años, pero te prometo que si saltamos, las nubes acolcharán tu caída, el viento mecerá tus preocupaciones y el firmamento entero se rendirá a tus pies. Te lo prometo, y ya sabes que yo nunca prometo nada.
Me gustaría recordarte que la vida es un trayecto en compañía y que el viaje es más llevadero si repartes el peso. No te obsesiones con el principio de ese camino, ni con las piedras, ni con los baches, ni con los charcos. Obsesiónate con el recorrido, con las vistas y simplemente camina disfrutando del transcurso de los pasos. Olvídate del final e improvisa uno cada día. 
Sonríe.
Sonríete.
Sonríeme. 


Por si acaso tengo preparadas toneladas de oxígeno, de vendas y esparadrapo, de pañuelos y de paraguas por si te da por llover otra vez y esta vez mi abrazo no calma tu tempestad.

Espero y deseo con todas mis fuerzas no tener que empujarte al vacío. Ojalá que mis manos nunca se entrelacen con las tuyas para saltar al más oscuro de los abismos.
Ojalá no sea necesario ese toque de atención. Ojalá no sea necesario el suicidio placentero de tirarlo todo por la borda.
Pero ojalá que si lo haces, me dejes ser tu paracaídas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario